viernes, 11 de septiembre de 2009

Alter ego número tres

Alter

ego.


Por Diego Enríquez Macías

Rhapsody in blue – George Gershwin

Hoy sí me pondré pesado hablando de música de viejitos. Es más, casi me siento obligado a escribir en esta columna la advertencia “no se administre previo al manejo de maquinaria pesada”.

Y hablando de música, hablando de cine, ando el día de hoy con el mood de los grandes soundtracks. El sonido, la música como soporte de la imagen o viceversa. De nuevo abordando al acomplejado judío ateo neoyorkino, Woody Allen. Me parece realmente sublime (así tal cual de mamila el adjetivo) la cuidada calidad de la banda sonora de sus películas. Suerte que el señor Allen sabe perfectamente que es mucho mejor director cinematográfico que músico y no “farolea” musicalizando sus obras maestras (así tal cual) con sus propios rags, que a mi parecer, enseñan buen despliegue de buenos músicos con poco sentimiento. Si se trata de buscar el feeling, lo encontró sin duda, por citar un ejemplo, musicalizando con George Gershwin su obra maestra: Manhattan. De sobria y cautivante fotografía en blanco y negro, abre con tomas de su natal Manhattan (que sin duda, gracias al cine gringo, muchos conocen mejor Nueva York que sus propias ciudades), con una soberbia interpretación de Rhapsody in blue. Logra dar un sentimiento sobre la ciudad de Nueva York del que es imposible dejar de identificar, incluso para aquellos, como es mi caso, que en su vida han puesto un pie sobre tal ciudad. En mi caso particular, tengo una particular admiración por los paisajes urbanos. Obviamente disfruto de entornos naturales, pero (achacándolo tal vez a mi ateísmo) me aprecio en mayor medida esos entornos en que el bruto, aunque artísticamente sensible ser humano.

La selección musical en una película es sin duda una de las grandes tareas del director. Es punto clave en lo que en mi opinión va a ser una buena o mala película. El soundtrack es una parte en la cinematografía que en muchas ocasiones está plagada del cliché de “ponte una orquesta sinfónica que suene bien épica cuando salgan las montañas y un pianito bien triste cuando se muera el bueno”. Para muestra de un director que abandona clichés en sus bandas sonoras, mencionaría al grandísimo Stanley Kubrick. En su última película “ojos bien cerrados”, abre con un concierto para piano de Ligeti, para después de corridos los títulos de entrada, abra la fotografía majestuosamente con el vals no. 2 de la suite jazz de Dimitri Shostakovich, en mi opinión, pieza clave de la musicalización de la película. Sentimiento puro. Mejor véanla. Y escúchenla.

Esto de la música en el cine es algo que en verdad, me apasiona. Es más, creo que podríamos considerar esta entrega de la columna como una primera parte de otras tantas en que escribiré sobre esto.

Y sí, ya sé que me puse pesado esta ocasión. Pero no digan que no lo advertí.

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