Alter
ego.
Por Diego Enríquez Macías
El último tango en París – Gato Barbieri
Columna electrónica.
Alter
ego.
Por Diego Enríquez Macías
El último tango en París – Gato Barbieri
Alter
ego.
Por Diego Enríquez Macías
Footprints – Wayne Shorter
Alguien que trasciende en esta vida es alguien que cambia la forma de ver las cosas, de sentirlas, de masticarlas, tragarlas, regurgitarlas y con ello alimentar a otros seres. Es alguien que no encaja en nuestro mundo cuadrado y por ello crea el suyo propio, yéndose a vivir ahí, enviándonos postales desde su mundo e invitándonos a visitarlo, aunque sean pocos los que entiendan la fotografía de esa tarjeta postal y la extrañeza de la caligrafía utilizada por ese ser de ese rarísimo mundo suyo. Son esos excéntricos, esos locos por vivir, los que nos han dejado cosas sensiblemente tangibles. Son los que han logrado su trascendencia. Los verdaderos humanos. Aquéllos a los que Cortázar llamaría “cronopios”.
Hay cronopios grandísimos en este mundo. Unos vivos y otros muertos, hablando en el sentido más literal e inmediato de lo que la vida y la muerte significan. Un cronopio como lo fue sin duda John Coltrane, se fue al pozo de tres metros de profundidad con un hígado devastado por el cáncer hace ya cuarenta y dos años. Pero sigue vivo. Está de pie, hablando y tocando gente a través de sus intempestivos pasos largos de su sax tenor en Giant Steps. Está vivo y dando vida entre las notas de su bello salmo A love supreme, soltando de pronto el saxofón de entre sus labios cantándonos ese soliloquio cíclico de tres simples palabras que si bien son en inglés, prácticamente no necesitan traducción. Deja totalmente claro, sea cual sea la lengua que hable y entienda el oyente, que nos está hablando de un amor supremo. A un dios, a una fuerza, a un algo que impulsa a esos cronopios a imprimir con brutal fuerza sus almas en las nuestras.
Reales seres humanos operantes a niveles indescriptibles por las burdas palabras de una columna. Cronopios como Miles Davis, como Charlie Parker, Dizzy Gillespie o Joe Lovano. Como Wayne Shorter, grandísimo cronopio sucesor del enormísimo que fue Coltrane en el quinteto de cronopios de Miles Davis. Shorter estará vomitando su alma a través de su saxofón el sábado veintiocho de noviembre de dos mil nueve, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Ese día a las nueve de la noche meterá su alma a través de los oídos de los presentes, haciendo que algunos se retuerzan de un dolor producido por prejuicios sobre el asqueroso jazz. Haciendo que muchos sin saber dónde estaban, ni qué iban a escuchar, se levanten de sus sillas y dejen el lugar, aturdidos y sin haber entendido nada de algo que no necesita entenderse. Pero a un grandísimo cronopio como Shorter no es algo que le importe. Seguramente habrá, entre los asistentes, quienes sin saber lo que iban a escuchar, algo que les prenda fuego en su interior. Habrá con un poco de suerte, muchos que no escuchen nada pero que sientan eso, sí, eso que estremece, que hace que las tripas se sientan como al bajar en montaña rusa, eso que hace que los ojos comiencen a ver borroso y corran unas lágrimas por los estirados cachetes a causa de una atónita y asombrada boca abierta.
Alter
ego.
Por Diego Enríquez Macías
So What – Miles Davis
Me sucede con frecuencia que recibo sabios consejos sobre la música y sobre todo, en referencia a mis gustos musicales. Me dicen que soy un cuadrado que sólo escucha música de viejitos, que en lo sucesivo se denominará como “jazz”. Me han dicho que necesito diversificarme (así tal cual). ¿Y qué diablos importa si sólo escucho jazz? Ahora, que si he de presentar una apología sobre el hecho de que soy-un-cuadrado-que-sólo-escucha-jazz-y-que-necesito-diversificar-mis-gustos-musicales, aquí va: el jazz, niños y niñas, señoras y señores, changarros y changarras, no es sólo música de elevador con saxofón. Al decir que escucho jazz ya estoy hablando de un gusto musical bastante amplio (o diverso, para entonar con eso de que tengo que diversificar mis gustos musicales).
Ahora que si cuando se me pide encarecidamente que diversifique mis gustos musicales me están pidiendo que escuche reggaeton (sigo asquerosamente sorprendido por el corrector ortográfico de Word), a la banda limón, etcétera y etcétera, pues entonces sí que piden demasiado. ¿Y el reggaeton no es música? Sí. Pero es un verdadero caso de involución musical, creo yo. Claro, es forma de expresión. Pero es una verdadera ignominia (me encanta la palabra) que se haya desdeñado la vastísima herencia cultural musical afrolatina, desarrollada muy fuertemente en el caribe, para que todo haya terminado en esa porquería (sí, así de tajante el adjetivo) que es el reggaeton. Y si nos vamos más pa’l norte, otro clarísimo ejemplo de involución músico-cultural es el rap, que deja de lado la melcocha gestada en el crisol de culturas que se refleja en música como el ya tan citado jazz.
Vuelvo al tema de la diversificación de mis gustos musicales. El jazz es diverso y se sigue diversificando. Después del swing de los felices años veintes, cuando regresa a la obscuridad del lamento del blues con la depresión del ‘29 para dar origen al grandísimo bebop. He ahí una variante del jazz. Después, en una especie de recesión, un tanto contrapuesta a la explosividad del bop, viene en un intento de recuperación del jazz blanco, el cool, destacando a los blancos caritas como Chet Baker y Gerry Mulligan, tocando su jazz suavecito con suave trompeta con sordina y un ronco sax barítono, romántico cual voz de Barry White. Llega después, ya en la segunda mitad de la década de los 50’s, otro de los grandes iluminados del jazz: San John Coltrane. Este tipo llega haciendo combustión (ardiendo, ardiendo, ardiendo), con una evolución del bebop algo más fuerte, más áspero, de acorde golpeado y melodía rápida que se llamó hardbop. Y fue esa aspereza explosiva la que trajo después como inevitable evolución, el durísimo movimiento del Avant-garde, y con ello otro gran iluminado incomprendido que respondía al nombre de Eric Dolphy. Casi de forma paralela, de la mano de Miles Davis y toda la bola de locos con los que se juntaba a fumar cosas raras (y de paso a hacer música), fusionó jazz con rock en plena era psicodélica, sacando como resultado algo conocido como jazz fusión.
Y podría seguir así durante columnas y columnas, hablando de la diversidad de mi tan cuadrado y poco diverso género musical querido. Y es que ha habido los que me dicen que todo el jazz les suena exactamente igual. De ellos, pienso yo, a manera de diagnóstico no clínico poco serio, dos alternativas: la primera, que tienen serios problemas auditivos y cognoscitivos que les impide diferenciar sonidos y ritmos distintos. La segunda, que son idiotas de mente cuadrada y poco diversa musicalmente.
Y yo que comenzaba a emocionarme con mi pequeña cronología del jazz hasta que recordé de qué había comenzado a escribir. Ya me enojé nomás de acordarme de eso de que soy un cuadrado. Más que nada, es la forma en que tratan de convencerme de que la música basura es algo que debo tolerar, aceptar y escuchar gustosamente. Esto me enferma de igual o peor forma que cuando intentan convencerme de que necesito creer en un ser superior que padece de personalidad múltiple que se llama dios, y que debo y necesito creer en él (sí, necesidad, como comer, respirar y zurrar) por el simple hecho de que existe y punto.
Si el jazz es cuadrado, entonces, ¿qué no lo es? (Perdón. Creo que hoy sí me excedí).