lunes, 14 de septiembre de 2009

Alter ego número cuatro

Alter
ego.

Por Diego Enríquez Macías

St. James infirmary – Louis Armstrong

Y no digan que no lo advertí desde la primera entrega. De las grandes pasiones en mi vida es la música de viejitos. A manera de primera parte de una serie (corta, no se espanten), la entrega pasada escribí un horripilante intento de mini ensayo sobre la importancia de la música en el cine (espero haya gustado). Cabe aclarar que ahora haré un pequeño paréntesis y dejaré la continuación para otra entrega. Hoy, señoras y señores, como ya lo había augurado (y había hecho de manera cínicamente poco disimulada en todas mis entregas pasadas), es momento de escribir de jazz. Mi pasión total. Si nos vamos a una definición del origen de la palabra jazz, es una derivación de un término del slang gringo “jizz”, que significa (me permitiré usar la palabra) el punto culminante de una buena cogida.

“Si tienen que preguntar, entonces nunca lo sabrán” contestó Louis Armstrong a la pregunta “¿qué es el jazz?”. “Satchmo”, llamado por Julio Cortázar “enormísimo cronopio” (palabra inventada por el propio Cortázar como distinción honorífica a ciertos personajes merecedores), fue sin duda de los grandes precursores que hicieron saltar del muy feliz swing (música de salón de baile de los años 20’s previo a la depresión), a la conexión con el alma del jazz: el blues. Puro sentimiento. Armstrong fue de los primeros en implementar sus improvisaciones, que si bien eran sencillas estaban lleno de eso que ya expliqué unas líneas atrás, eso de lo que muchos músicos carecen así se maten estudiando la ejecución de un instrumento. El sentimiento. Armstrong lo imprimía como sólo él podía. Han existido muchísimos jazzistas en la historia, pero no tantos que tengan ese toque. Lo que los ha hecho grandes. Lo que los hizo Armstrongs, Parkers, Coltranes, Gillespies y todos aquellos que tengo en calidad de los dioses de mi propia iglesia construida en mi cabeza, que revolotea ante el chillido de una trompeta tocando en síncopa con un piano y un contrabajo.

Músicos, artistas. Cronopios que vinieron un rato a pasearse entre los hombres comunes no para existir por la simple existencia, sino a dejar en su arte su esencia, su trascendencia. Y no quiero decir, como dijera Miles Davis en los 80`s que el jazz ha muerto. La escena del jazz contemporánea, después de la exhaustiva exploración de tantos modos de fusionar el jazz con otros géneros, hoy vuelve a lo clásico. Podría decir que desde la segunda mitad de la década de 1990 comenzó un renacimiento en el jazz, traído de la mano de nuevos músicos con verdadero sentimiento puro, que logran imprimir su huella a través de sus instrumentos. Una especie de nueva revolución, que si bien nunca podrá ser tan explosiva como la del BeBop, ya se están marcando los nombres de los nuevos músicos que vienen a honrar los Parkers y Coltranes que nos dejaron un hace ya buen rato.

Y sí, consideremos esta entrega primera parte de una serie que digamos, me dará bastante de dónde escribir.

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