martes, 12 de enero de 2010

Alter ego número dieciséis.

Alter
ego.



Concierto para piano y orquesta No. 21 "Elvira Madigan" - Wolfgang Amadeus Mozart


He vuelto después de un buen rato de ausencia sin dolor alguno para mis casi nulos lectores. Después de todo, ¿Y qué importa que deje de escribir o lo siga haciendo? Pero las causas de este abandono a mi blog sólo responden a otro abandono: la señorita inspiración no me ha encontrado. Y eso que he hecho bastante por que me vea la maldita gracia.

Aunque por otro lado, quitándome el egoismo por un rato (o al menos fingiré que puedo hacerlo), me reconforta encontrarme con que la inspiración visita a otras personas. Hace un par de semanas, encontrábame yo sentado en una banca del centro de Coyoacán, junto a aquella señorita que es distracción e inspiración (todo eso y más al mismo tiempo) de mi endeble lado creativo. Parecía que segregábamos un aroma que hacía saber a los artistas de por ahí que éramos nosotros un par de provincianos indefensos. O si no fuimos olidos por todos los transeúntes, el aroma fue captado por Don Orlando, un señor de sesenta y tantos años que ataviado con una gabardina clara y un guante de cuero en la mano izquierda, fue a explicarnos los poderes y orígenes de las pulseritas que traía a la venta. Y así hizo con sus pulseras, una a una, sacándolas de una bolsita de plástico que al parecer no tenía fin. Así durante unos veinte minutos hasta que le preguntamos el costo. Diez pesos. El tipo, por lo menos fue agradable y nos hizo reír. Compré dos pulseras.

No habían transcurrido dos minutos desde la partida de Don Orlando cuando llegó otro tipo de esos con facha de escritor de café barato, desaliñado, lentes, barba canosa y suéter azul cielo. Y en efecto, el señor era escritor de café barato. Comenzó a recitarnos un poema de rima forzada sobre Coyoacán, sus árboles y los chicles pegados en sus troncos. Le di tres pesos y nos levantamos de la banca, para evitar ser víctima de otro artista.

Así es, señores, como la inspiración artística puede encontrar a cualquiera, en cualquier lugar. Menos a mí. Mientras, presumiendo mis pertenencias musicales, me dispongo a escuchar poco a poco y sistemáticamente una colección de 40 (cuarenta) discos de Mozart. Con su equivalencia en índice Kegel y toda la cosa. Pareciera que el tal Wolfgang Amadeus jamás sufrió por el abandono de la inspiración.

martes, 8 de diciembre de 2009

Alter ego número quince.

Alter

ego.

Por Diego Enríquez Macías

El último tango en París – Gato Barbieri

¿Por qué nos tenemos que complicar la vida? Siempre los prejuicios. Por ejemplo, en el imaginario del populacho, la palabra jazz (si es que no remite a una acepción de unas tipas gordibuenas en la prepa bailando con ceñidas prendas) lleva a una serie de conceptos como "música de viejitos", "música de intelectuales" y demás someras definiciones que se le puedan dar. Pasa lo mismo con la lectura, la literatura (que otra vez transportándonos un poco al alegre imaginario populachero nos remite a magnas obras como "quién se ha llevado mi queso" y sin duda alguna, el ya clásico "el monje que vendió su ferrari"); pocos se atreven a abrir un libro de más de cien páginas (sin dibujitos) ya que le consideran algo muy complicado, o peor aún, aburrido. Y así podemos recorrer todas las formas de arte. "Cosas muy elevadas. Complicadas".

Eso del gusto (y un intento de entendimiento) por las artes no es algo complicado como nos hacemos creer. Es simple cuestión de dejarnos llevar por los sentidos antes de analizar con nuestras retorcidas mentes prejuiciosas, y pensar en esas complicadísimas cosas de la gente intelectual como algo simple, al alcance de todos. Se trata de ir a la parte de atrás de mixup sin la idea en la cabeza de que allá tienen pura música aburrida, de ir a la librería Gandhi con la intención de buscar algo más que Harry Potter y las grandísimas obras de la literatura contemporánea ya antes mencionadas. Se trata de hacer a un lado el reggaeton. Esa música sí que es complicada.

Y ahora, dirán ustedes ¿por qué el último tango en París? Primero, porque es una película que me gusta. Segundo, tiene de un buen soundtrack autoría del saxofonista argentino Gato Barbieri, haciendo que los puntos uno y dos se ajusten de buena manera a los parámetros de comentarios de esta columna y toda la sarta de palabrería dicha sobre el cine, la música de viejitos y demás cosas aburridas aquí abordadas. Y tercero, esta quinceava edición de Alter ego es una despedida (y sin mantequilla, a diferencia de la famosa escena de la película citada).

Sin mucho sentimentalismo de mi parte, hoy termina mi curso de periodismo de séptimo semestre de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, y todo lo pretencioso que el nombre de la carrera puede sonar.

Al estar ustedes leyendo estas líneas, significa que el semestre se despide de mí, aunque yo no me quiera despedir del pequeñísimo puñado de lectores que tengo. Haciendo acopio de un poco de sentimentalismo del que casi nunca hago gala, agradezco sinceramente a quienes han llegado conmigo hasta este punto, que me han leído de manera más o menos periódica como yo he intentado publicar. Gracias por haberme leído a pesar de las múltiples súplicas para que hicieran lo contrario en la primera entrega. Son ustedes quienes se despiden de mí. Y sin mantequilla ni nada.

***

El que mucho se despide pocas ganas tiene de irse, bien se dice. Podrán seguir leyéndome en alteregocolumna.blogspot.com (aquí) en la medida que la señorita inspiración se digne en volver a mi libretilla negra.

Alter ego número catorce.

Alter
ego.


Por Diego Enríquez Macías


El barbero de Sevilla - Rossini

Algo que disfrutaba cuando niño era escuchar cierta famosa parte de "El barbero de Sevilla". No por la música, ni por la comprensión y adoración por la obra de Rossini. Llamaba mi atención por ser el llamado a ver una serie de sabrosos madrazos y más situaciones chuscas captadas en videos caseros. ¿Se acuerdan del panzón calvo de tirantes? El mismísimo Óscar Cadena y su programa "Cámara infraganti", con la gloriosa sección “sopa de videos”. La pura risa. El programa, ase aprovechaba del afán nuestro de conseguir los quince minutos de fama, aunado esto a una especie de boom de las videocámaras, que se hicieron más accesibles a la gente. El programa fue sin duda un vaticinio de lo que vendría en estos tiempos con la “súpercarretera de la información” (no tienen una idea de cómo se me retuercen las entrañas cuando escucho ese ñoñísimo término) y el fácil acceso a la fama, ahora de carácter mundial, gracias a youtube. Tal vez sean Edgar, El Canaca, El Espáiderman, El Dios Eolo y demás famosos involuntarios de nuestros días (que son alimento de nuestro morboso y exquisito gusto por la desgracia ajena), seres bendecidos y apadrinados por Óscar Cadena y su sopa de videos. Que sigan cayendo recién casados, niños en la víbora de la mar y que continúe el incendio de quinceañeras. Al fin y al cabo nunca nos cansaremos de verlos.
Y es graciosamente inadvertida la manera en que hacemos nuestra propia banda sonora, imprimiendo un momento, persona o tales a ciertas canciones. Muchas veces ni nos importa el sentimiento transmitido por el intérprete al grabarle el nuestro encima. Lo mismo puede alguien llorar ante la alegría de La Chona de los Tucanes de Tijuana, que aventar una sonrisa escuchando la tristeza del adagio para cuerdas de Barber.
Es ahí donde radica la bella complejidad de la obra musical. En la transmisión de un sentimiento del autor, que será digerido por quien le escucha y le va a poner, aparte, su propio sentimiento.
Personalmente (y lo digo aunque a nadie le importe saberlo, esta columna mi espacio), guío lo que escucho en el día según mi estado de ánimo. No escucho música para alegrarme el día, sino que escucho música que para mí está pintada con el color de mi día. Cuando me pega la depresión, me gusta estar escuchando, por ejemplo, la profundísima obra maestra de Thelonious Monk: ‘Round midnight. Me gusta estar pensando en la simple complejidad mental de un oso con síndrome de Tourette y sombreros extrañísimos y toda la gama de sentimientos que involucró en su obra, y que escuchándolo, se entremezclan con los míos. Y mi interpretación va a distar mucho de la interpretación de otro sujeto. Pero eso no es algo que importe con la música.
Cuando Monk compuso ‘Round Midnight, sólo quiso plasmar su muy trascendente sentimiento. Y lo logró.
***
Mis más sinceras disculpas por mi columna. Eso de la inspiración es un ente que va y viene según su antojo. Y hace ya un rato que se le antojó abandonarme. Pero ha de volver la desgraciada. De eso estoy seguro.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Alter ego número trece.

Alter

ego.

Por Diego Enríquez Macías

Footprints – Wayne Shorter

Alguien que trasciende en esta vida es alguien que cambia la forma de ver las cosas, de sentirlas, de masticarlas, tragarlas, regurgitarlas y con ello alimentar a otros seres. Es alguien que no encaja en nuestro mundo cuadrado y por ello crea el suyo propio, yéndose a vivir ahí, enviándonos postales desde su mundo e invitándonos a visitarlo, aunque sean pocos los que entiendan la fotografía de esa tarjeta postal y la extrañeza de la caligrafía utilizada por ese ser de ese rarísimo mundo suyo. Son esos excéntricos, esos locos por vivir, los que nos han dejado cosas sensiblemente tangibles. Son los que han logrado su trascendencia. Los verdaderos humanos. Aquéllos a los que Cortázar llamaría “cronopios”.

Hay cronopios grandísimos en este mundo. Unos vivos y otros muertos, hablando en el sentido más literal e inmediato de lo que la vida y la muerte significan. Un cronopio como lo fue sin duda John Coltrane, se fue al pozo de tres metros de profundidad con un hígado devastado por el cáncer hace ya cuarenta y dos años. Pero sigue vivo. Está de pie, hablando y tocando gente a través de sus intempestivos pasos largos de su sax tenor en Giant Steps. Está vivo y dando vida entre las notas de su bello salmo A love supreme, soltando de pronto el saxofón de entre sus labios cantándonos ese soliloquio cíclico de tres simples palabras que si bien son en inglés, prácticamente no necesitan traducción. Deja totalmente claro, sea cual sea la lengua que hable y entienda el oyente, que nos está hablando de un amor supremo. A un dios, a una fuerza, a un algo que impulsa a esos cronopios a imprimir con brutal fuerza sus almas en las nuestras.

Reales seres humanos operantes a niveles indescriptibles por las burdas palabras de una columna. Cronopios como Miles Davis, como Charlie Parker, Dizzy Gillespie o Joe Lovano. Como Wayne Shorter, grandísimo cronopio sucesor del enormísimo que fue Coltrane en el quinteto de cronopios de Miles Davis. Shorter estará vomitando su alma a través de su saxofón el sábado veintiocho de noviembre de dos mil nueve, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Ese día a las nueve de la noche meterá su alma a través de los oídos de los presentes, haciendo que algunos se retuerzan de un dolor producido por prejuicios sobre el asqueroso jazz. Haciendo que muchos sin saber dónde estaban, ni qué iban a escuchar, se levanten de sus sillas y dejen el lugar, aturdidos y sin haber entendido nada de algo que no necesita entenderse. Pero a un grandísimo cronopio como Shorter no es algo que le importe. Seguramente habrá, entre los asistentes, quienes sin saber lo que iban a escuchar, algo que les prenda fuego en su interior. Habrá con un poco de suerte, muchos que no escuchen nada pero que sientan eso, sí, eso que estremece, que hace que las tripas se sientan como al bajar en montaña rusa, eso que hace que los ojos comiencen a ver borroso y corran unas lágrimas por los estirados cachetes a causa de una atónita y asombrada boca abierta.

Y Wayne Shorter estará aquí, en Güanatos, a unos cuantos kilómetros. Y viene vivo en todos los sentidos, físico y de trascendencia espiritual. Viene con ese brillo, viene con eso (sí, eso), dándonos la tal vez irrepetible oportunidad de ver, en corto, cómo es un cronopio hablando cosas de cronopios. Cómo es que nos escribe y envía postales de su mundo. Como deja sus huellas, sus footprints grabadas en las arenosas mentes de cronopios asistentes.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Alter ego número doce.

Alter

ego.

Por Diego Enríquez Macías

So What – Miles Davis

Me sucede con frecuencia que recibo sabios consejos sobre la música y sobre todo, en referencia a mis gustos musicales. Me dicen que soy un cuadrado que sólo escucha música de viejitos, que en lo sucesivo se denominará como “jazz”. Me han dicho que necesito diversificarme (así tal cual). ¿Y qué diablos importa si sólo escucho jazz? Ahora, que si he de presentar una apología sobre el hecho de que soy-un-cuadrado-que-sólo-escucha-jazz-y-que-necesito-diversificar-mis-gustos-musicales, aquí va: el jazz, niños y niñas, señoras y señores, changarros y changarras, no es sólo música de elevador con saxofón. Al decir que escucho jazz ya estoy hablando de un gusto musical bastante amplio (o diverso, para entonar con eso de que tengo que diversificar mis gustos musicales).

Ahora que si cuando se me pide encarecidamente que diversifique mis gustos musicales me están pidiendo que escuche reggaeton (sigo asquerosamente sorprendido por el corrector ortográfico de Word), a la banda limón, etcétera y etcétera, pues entonces sí que piden demasiado. ¿Y el reggaeton no es música? Sí. Pero es un verdadero caso de involución musical, creo yo. Claro, es forma de expresión. Pero es una verdadera ignominia (me encanta la palabra) que se haya desdeñado la vastísima herencia cultural musical afrolatina, desarrollada muy fuertemente en el caribe, para que todo haya terminado en esa porquería (sí, así de tajante el adjetivo) que es el reggaeton. Y si nos vamos más pa’l norte, otro clarísimo ejemplo de involución músico-cultural es el rap, que deja de lado la melcocha gestada en el crisol de culturas que se refleja en música como el ya tan citado jazz.

Vuelvo al tema de la diversificación de mis gustos musicales. El jazz es diverso y se sigue diversificando. Después del swing de los felices años veintes, cuando regresa a la obscuridad del lamento del blues con la depresión del ‘29 para dar origen al grandísimo bebop. He ahí una variante del jazz. Después, en una especie de recesión, un tanto contrapuesta a la explosividad del bop, viene en un intento de recuperación del jazz blanco, el cool, destacando a los blancos caritas como Chet Baker y Gerry Mulligan, tocando su jazz suavecito con suave trompeta con sordina y un ronco sax barítono, romántico cual voz de Barry White. Llega después, ya en la segunda mitad de la década de los 50’s, otro de los grandes iluminados del jazz: San John Coltrane. Este tipo llega haciendo combustión (ardiendo, ardiendo, ardiendo), con una evolución del bebop algo más fuerte, más áspero, de acorde golpeado y melodía rápida que se llamó hardbop. Y fue esa aspereza explosiva la que trajo después como inevitable evolución, el durísimo movimiento del Avant-garde, y con ello otro gran iluminado incomprendido que respondía al nombre de Eric Dolphy. Casi de forma paralela, de la mano de Miles Davis y toda la bola de locos con los que se juntaba a fumar cosas raras (y de paso a hacer música), fusionó jazz con rock en plena era psicodélica, sacando como resultado algo conocido como jazz fusión.

Y podría seguir así durante columnas y columnas, hablando de la diversidad de mi tan cuadrado y poco diverso género musical querido. Y es que ha habido los que me dicen que todo el jazz les suena exactamente igual. De ellos, pienso yo, a manera de diagnóstico no clínico poco serio, dos alternativas: la primera, que tienen serios problemas auditivos y cognoscitivos que les impide diferenciar sonidos y ritmos distintos. La segunda, que son idiotas de mente cuadrada y poco diversa musicalmente.

Y yo que comenzaba a emocionarme con mi pequeña cronología del jazz hasta que recordé de qué había comenzado a escribir. Ya me enojé nomás de acordarme de eso de que soy un cuadrado. Más que nada, es la forma en que tratan de convencerme de que la música basura es algo que debo tolerar, aceptar y escuchar gustosamente. Esto me enferma de igual o peor forma que cuando intentan convencerme de que necesito creer en un ser superior que padece de personalidad múltiple que se llama dios, y que debo y necesito creer en él (sí, necesidad, como comer, respirar y zurrar) por el simple hecho de que existe y punto.

Si el jazz es cuadrado, entonces, ¿qué no lo es? (Perdón. Creo que hoy sí me excedí).