miércoles, 28 de octubre de 2009

Alter ego número diez.

Alter

ego.

Por Diego Enríquez Macías

Extraña mente la suya. / Se alimenta de los sonidos, / de las notas. / Su alto habla por su alma. / No es necesaria traducción. / Extraños sonidos dispara; / alimentan mi mente, que / hierve como su blanco polvo / en la maltrecha cuchara, / caliente, al rojo vivo como / sus alucinados dedos; / no se detienen. Tampoco su / aliento. / Tampoco su mente; arma y / desarma, compone, destruye / y crea. / Funciona en otro nivel. / No está con nosotros. / Está iluminado. / Irradiándonos.

Abro esta columna enfrascado de lleno en el Parker’s mood, con unas cuantas líneas de mi inspiración. Si inspiraba a Kerouac y a los beatniks, ¿por qué a mí no?

Recapitulando. Cierto día, ya un poco entrados en tragos, el compañero y yo nos pusimos a hablar un rato (como ya es costumbre entre él y yo) sobre jazz, sobre Charlie Parker. El Reata tocó un punto muy interesante: el logos de Parker, toda esa gama de emociones que transmite a través de su saxofón sin que sea necesaria una serie de convencionalismos del lenguaje para que sea entendido. Es más, ni siquiera necesita ser entendido, simplemente debe ser sentido. Charlie Parker da congruencia a una de mis citas célebres favoritas, una de Beethoven que dice: "La música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía."

Charlie Parker tuvo que estar loco. O poseído. Por dios o el diablo. O era él mismo dios y el diablo. Es que esa forma de sacarle pitidos a su sax. De improvisar, de agarrar el pedo, comprenderlo, desbaratarlo, digerirlo, volverlo a componer y sacarlo a través de su alto. Sólo él. Sólo él entendía eso de cambiar nota tras nota improvisando de tal manera que escribía una pieza nueva en el aire. Meter figuras de otras composiciones suyas que resonaban en el escenario, o en un cuartucho rentado, horas o incluso minutos antes. Improvisar nuevas composiciones que estaría destinadas a resonar minutos, horas, días. Años después. Tocar Donna Lee metiendo figuras de lo que al bajar del escenario se convertiría en Ornithology. Improvisando después de un solo de batería (tarola golpeante y platillo brillante cual bebop), frases de lo que después escribiría en “Hot House”. O en “Now’s the time”. Sacaba notas que resonarían en sesiones grabadas en el savoy, en el birdland, en el massey hall. Que resonarían en muchas cabezas de otras tantas generaciones a más de cincuenta años de su muerte (física). Quién fuera Parker para irse del mundo tan poéticamente como puede ser morir en un ataque de risa. Y dejando tanto.

Charlie Parker vive. Bird lives! sigue apareciendo graffiteado en paredes de Nueva York. Charlie Parker es Dios. Y Dios nunca muere.

2 comentarios:

  1. Gran post, Compañero. Era un iluminado, un profeta. Está cabrón el pedo.

    Atte: Juan Ramón.

    ResponderEliminar
  2. Así es, compañero. Sólo los grandes como Parker han podido entender el pedo. Tataban de explicárnoslo pero no pudimos entender.


    Gracias, compañero.

    ResponderEliminar