martes, 8 de diciembre de 2009

Alter ego número quince.

Alter

ego.

Por Diego Enríquez Macías

El último tango en París – Gato Barbieri

¿Por qué nos tenemos que complicar la vida? Siempre los prejuicios. Por ejemplo, en el imaginario del populacho, la palabra jazz (si es que no remite a una acepción de unas tipas gordibuenas en la prepa bailando con ceñidas prendas) lleva a una serie de conceptos como "música de viejitos", "música de intelectuales" y demás someras definiciones que se le puedan dar. Pasa lo mismo con la lectura, la literatura (que otra vez transportándonos un poco al alegre imaginario populachero nos remite a magnas obras como "quién se ha llevado mi queso" y sin duda alguna, el ya clásico "el monje que vendió su ferrari"); pocos se atreven a abrir un libro de más de cien páginas (sin dibujitos) ya que le consideran algo muy complicado, o peor aún, aburrido. Y así podemos recorrer todas las formas de arte. "Cosas muy elevadas. Complicadas".

Eso del gusto (y un intento de entendimiento) por las artes no es algo complicado como nos hacemos creer. Es simple cuestión de dejarnos llevar por los sentidos antes de analizar con nuestras retorcidas mentes prejuiciosas, y pensar en esas complicadísimas cosas de la gente intelectual como algo simple, al alcance de todos. Se trata de ir a la parte de atrás de mixup sin la idea en la cabeza de que allá tienen pura música aburrida, de ir a la librería Gandhi con la intención de buscar algo más que Harry Potter y las grandísimas obras de la literatura contemporánea ya antes mencionadas. Se trata de hacer a un lado el reggaeton. Esa música sí que es complicada.

Y ahora, dirán ustedes ¿por qué el último tango en París? Primero, porque es una película que me gusta. Segundo, tiene de un buen soundtrack autoría del saxofonista argentino Gato Barbieri, haciendo que los puntos uno y dos se ajusten de buena manera a los parámetros de comentarios de esta columna y toda la sarta de palabrería dicha sobre el cine, la música de viejitos y demás cosas aburridas aquí abordadas. Y tercero, esta quinceava edición de Alter ego es una despedida (y sin mantequilla, a diferencia de la famosa escena de la película citada).

Sin mucho sentimentalismo de mi parte, hoy termina mi curso de periodismo de séptimo semestre de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, y todo lo pretencioso que el nombre de la carrera puede sonar.

Al estar ustedes leyendo estas líneas, significa que el semestre se despide de mí, aunque yo no me quiera despedir del pequeñísimo puñado de lectores que tengo. Haciendo acopio de un poco de sentimentalismo del que casi nunca hago gala, agradezco sinceramente a quienes han llegado conmigo hasta este punto, que me han leído de manera más o menos periódica como yo he intentado publicar. Gracias por haberme leído a pesar de las múltiples súplicas para que hicieran lo contrario en la primera entrega. Son ustedes quienes se despiden de mí. Y sin mantequilla ni nada.

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El que mucho se despide pocas ganas tiene de irse, bien se dice. Podrán seguir leyéndome en alteregocolumna.blogspot.com (aquí) en la medida que la señorita inspiración se digne en volver a mi libretilla negra.

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