martes, 8 de diciembre de 2009

Alter ego número catorce.

Alter
ego.


Por Diego Enríquez Macías


El barbero de Sevilla - Rossini

Algo que disfrutaba cuando niño era escuchar cierta famosa parte de "El barbero de Sevilla". No por la música, ni por la comprensión y adoración por la obra de Rossini. Llamaba mi atención por ser el llamado a ver una serie de sabrosos madrazos y más situaciones chuscas captadas en videos caseros. ¿Se acuerdan del panzón calvo de tirantes? El mismísimo Óscar Cadena y su programa "Cámara infraganti", con la gloriosa sección “sopa de videos”. La pura risa. El programa, ase aprovechaba del afán nuestro de conseguir los quince minutos de fama, aunado esto a una especie de boom de las videocámaras, que se hicieron más accesibles a la gente. El programa fue sin duda un vaticinio de lo que vendría en estos tiempos con la “súpercarretera de la información” (no tienen una idea de cómo se me retuercen las entrañas cuando escucho ese ñoñísimo término) y el fácil acceso a la fama, ahora de carácter mundial, gracias a youtube. Tal vez sean Edgar, El Canaca, El Espáiderman, El Dios Eolo y demás famosos involuntarios de nuestros días (que son alimento de nuestro morboso y exquisito gusto por la desgracia ajena), seres bendecidos y apadrinados por Óscar Cadena y su sopa de videos. Que sigan cayendo recién casados, niños en la víbora de la mar y que continúe el incendio de quinceañeras. Al fin y al cabo nunca nos cansaremos de verlos.
Y es graciosamente inadvertida la manera en que hacemos nuestra propia banda sonora, imprimiendo un momento, persona o tales a ciertas canciones. Muchas veces ni nos importa el sentimiento transmitido por el intérprete al grabarle el nuestro encima. Lo mismo puede alguien llorar ante la alegría de La Chona de los Tucanes de Tijuana, que aventar una sonrisa escuchando la tristeza del adagio para cuerdas de Barber.
Es ahí donde radica la bella complejidad de la obra musical. En la transmisión de un sentimiento del autor, que será digerido por quien le escucha y le va a poner, aparte, su propio sentimiento.
Personalmente (y lo digo aunque a nadie le importe saberlo, esta columna mi espacio), guío lo que escucho en el día según mi estado de ánimo. No escucho música para alegrarme el día, sino que escucho música que para mí está pintada con el color de mi día. Cuando me pega la depresión, me gusta estar escuchando, por ejemplo, la profundísima obra maestra de Thelonious Monk: ‘Round midnight. Me gusta estar pensando en la simple complejidad mental de un oso con síndrome de Tourette y sombreros extrañísimos y toda la gama de sentimientos que involucró en su obra, y que escuchándolo, se entremezclan con los míos. Y mi interpretación va a distar mucho de la interpretación de otro sujeto. Pero eso no es algo que importe con la música.
Cuando Monk compuso ‘Round Midnight, sólo quiso plasmar su muy trascendente sentimiento. Y lo logró.
***
Mis más sinceras disculpas por mi columna. Eso de la inspiración es un ente que va y viene según su antojo. Y hace ya un rato que se le antojó abandonarme. Pero ha de volver la desgraciada. De eso estoy seguro.

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